Comentario
Otro aspecto muy importante de la política cordobesa en tiempos de al-Mansur era la ampliación y consolidación de las posiciones cordobesas en el Magreb occidental. Fue entonces cuando el dominio del califato sobre el actual Marruecos había llegado a su apogeo. Al comienzo de este período, entre los años 976 y 980, el espacio sobre el que dominaba el poder cordobés se extendió al sur, cuando Jazrun b. Falful, jefe beréber maghrawa aliado de Córdoba, tomó la ciudad de Siyilmasa, mandó asesinar al emir midrarí al-Mulazz bi-Llah y envió su cabeza a Córdoba. En señal de alianza, hizo pronunciar la jutba o sermón del viernes en nombre del califa Hisham II, que le reconoció su gobierno sobre la gran ciudad del sur de Marruecos. Fue tal vez este acontecimiento el que provocó, entre los años 979 y 984, los últimos grandes esfuerzos de los ziríes de Ifriqiya para restablecer la autoridad fatimí sobre el Magreb occidental. Sus ejércitos recorrieron en vano el país. En el año 984, el ejército zirí fue derrotado por Ziri b. Atiya, el principal jefe zanata aliado de Córdoba al que el gobierno califal concedió el título de visir y dominó el centro de Marruecos, hasta que su independencia excesiva obligó a al-Mansur a expulsarle de Fez en el año 998.
La ciudad recibió desde entonces a gobernadores amiríes, el primero de los cuales fue, durante algunos meses, el propio hijo de al-Mansur, Abd al-Malik. Desde 999, Ziri b. Atiya, que se había refugiado en el Sahara, intentó acercarse a Córdoba. Se dirigió a Tiaret, que formaba todavía parte del dominio zirí, para atacarla, derrotó a los ziríes y se apoderó de todas las regiones centrales del Magreb, hasta el Chelif y Msila donde logró que se reconociera al califato de Córdoba. Al-Mansur aceptó su alianza y luego la de su hijo al-Muizz, que le sucedió en el 1001 al frente de los Magrawa. En el 1006 el segundo amirí, Abd al-Malik al-Muzaffar, recompensó la fidelidad de este jefe beréber otorgándole el gobierno general del Magreb, salvo Siyilmasa, que seguía en posesión de Wannudin b. Jazrun b. Falful. La crisis del califato que estalló en el 1009 iba a romper brutalmente todos los lazos políticos que se habían trabado entre el poder cordobés y el Magreb e iba a conferir una independencia de hecho a los emiratos zanatas, que se habían constituido en Fez y en Siyilmasa. La experiencia del gobierno directo del califato omeya dirigido por los amiríes sobre el Magreb iba a durar menos de diez años. Sin embargo, había sido el artífice, por primera vez, de una unión política entre el Magreb occidental y al-Andalus, preparando la constitución posterior de los imperios almorávide y almohade y empezando el camino de la constitución de un conjunto cultural hispano-magrebí.
Una de las manifestaciones más evidentes del florecimiento del califato y la enorme concentración del poder que había logrado al-Mansur era la abundancia de acuñaciones monetarias en el apogeo amirí. Tras un período de ocho años (369-376/979-987) ya mencionado durante el que, de forma difícilmente explicable, hay un número mucho menor de acuñaciones que en época de al-Hakam II, se reanudan con fuerza las emisiones a partir del 377/987-988. Entre los años 388-393/998-1002 el número de emisiones superaría, con mucho, el de los años más productivos de los reinados de los dos primeros califas. Se tiende a considerar que el dominio del Magreb fue el factor determinante de esta abundancia monetaria, dando al Califato el acceso directo al oro del Sudán.
Al hablar más arriba de los acontecimientos del Magreb, hemos anticipado el final de la experiencia amirí. Al-Mansur murió en el 1002, en la cumbre de su poder. En el 991, había transferido a su hijo Abd al-Malik su título de hayib. El mismo, un poco más tarde, en el 996, se atribuyó oficialmente el apelativo de malik karim (noble rey). El título de malik era insólito en Occidente pero ya estaba difundido en Oriente. Había obligado a dos reyes cristianos a darle a sus hijas. El primero era Sancho Garcés Abarca de Pamplona, que se la concedió en los años 980, ya que de esta princesa vascona con la que se casó y la convirtió al Islam, adquiriendo el nombre de Abda, tuvo un hijo, Abd al-Rahman Sanchuelo, hacia el año 984. El segundo fue Vermudo II de León que, en el 993, le mandó a su hija Teresa como concubina y que luego fue liberta. Esta política de intimidación culminó con la expedición militar que puso el prestigio de los amiríes en lo más alto, cuando atacó la ciudad de Santiago de Compostela en el 997, que fue destruida y de la que trajo consigo las campanas y las hojas de las puertas de la ciudad que fueron utilizadas en la carpintería del techo de las nuevas naves que había que añadir en esta época a la gran mezquita de Córdoba.